Calma, Mastronardi

El 30 de octubre pasado tuvimos el último de los recorridos en micro de City Tour Literario, y la salida estuvo dedicada al escritor polaco Witold Gombrowicz. Verónica Boix nos acompañó ese día y escribió una crónica muy divertida que salió ayer en la revista La Agenda y que pueden leer por acá.

En http://www.citytourliterario.com/ tenemos para ustedes todo sobre el recorrido de Gombrowicz, y también mapas, biografías e investigaciones sobre los otro cuatro autores a los que se dedica el proyecto. Por acá, además, la app, que es de descarga gratuita: [https://goo.gl/XLaTyo].

«¿Hablas a ti mismo de manera que te oigan los demás?” dice Diego Tomasi, parado en medio de dos hileras de asientos mientras el colectivo avanza por Callao hacia Corrientes. Una mujer grita y levanta el papel que nos dieron cuando subimos con una frase de Witold Gombrowicz. “Es mi frase, la que está escrita en el papelito, sabía, yo sabía que tenía que leerla que era para algo, acá, acá”. Todavía no anunciaron el juego y ella ya ganó una taza térmica que tiene escrito Lunes yo Martes yo Miércoles yo Jueves yo Viernes yo.

“La ideas es la construcción de un mapa posible en la vida literaria de un escritor, Arlt, Borges, Cortazar, María Elena Walsh, y hoy Gombrowicz”, cuenta Nicolas Hochman. Está sentado como un pasajero más, sin embargo Hochman hace tiempo es más que visitante de Gombrowicz; organiza el tour desde el Grupo Heterónimos, lo produce en Una Brecha, investigó para armar el itinerario, es realizador del Congreso Gombrowicz y hace unos meses organizó Contra los escritores, un espectáculo en el Teatro Coliseo que tenía como centro la obra del autor. Lo dice Tomasi desde adelante, en broma y con respeto.

Primera parada del último tour del año: la casa de Bioy Casares y Silvina Ocampo en Posadas 1650. El escritor polaco hacía poco había llegado a Argentina y el matrimonio lo invitó a cenar a pedido de Manuel Peyrau. Llegó a Argentina como cronista en un trasatlántico y se quedó. ¿Por qué? Los motivos van a aparecer cuando lleguemos al puerto. No, no va a ser solo la Segunda Guerra Mundial, o no del todo, como suponía. Gombrowicz fue a la cena, a pesar de que odiaba al grupo Sur. Tomasi cuenta que Silvina cuenta que esa noche fue a buscar la comida y se le cayó. El único que la escuchó y se ofreció a ayudarla, claro, fue el polaco. Hicieron un pacto: la sirvieron, sin contarle a nadie, como si nada hubiera pasado. Eran cómplices. La irreverencia del escritor va a ir apareciendo en esos gestos. Igual que su estética.

El sol desliza la primavera a lo largo de las filas de asientos completos; Marcos Urdapilleta, otro de los investigadores, parado en el estribo, hace circular juegos, imágenes, documentos y cartas. Llegamos a Retiro, dos chicos en bermudas toman cerveza tirados en el pasto frente a la Torre de los Ingleses; otros caminan apurados, llevan bolsas pesadas, un poco más lejos, dos se besan en medio de una hilera de gente que espera el colectivo. “En mis recuerdos, todos aquellos días de mi vida normal en Buenos Aires están ‘recubiertos’ por la noche de Retiro”, escribe Gombrowicz en su Diario 1953-1969, editado por Seix Barral. Otra de sus proezas literarias. Retiro se vuelve su escuela erótica. El lugar es la oscuridad y el punto de partida, el pueblo y su identidad como autor. Es fácil adivinarlo por las calles revueltas, buscando marineros para llevarse a su pensión.

Y el cemento marcado por las frenadas y los baches va desdibujando los límites entre la vida y la obra del polaco. Las calles tensan la escritura. En ese ir de Recoleta a Retiro, aparece eso que alguna vez escribió para diferenciarse del Grupo Sur: “¿Cuáles eran las posibilidades de comprensión entre esa Argentina intelectual, estetizante y filosofante y yo? A mí lo que me fascinaba del país era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.

JordanNo es difícil imaginarse a Gombrowicz caminando Retiro en busca de marineros

Se habrá quedado por eso, pienso y me arrepiento. No sé si fue Retiro, o la gente o la ciudad: Hochman descubrió que no fue por la Segunda Guerra Mundial, al menos, no fue solo por eso. Dice que el trasatlántico se volvió y llegó a Europa. Y Gombrowicz en lugar de ir a bordo, se quedó y escribió Trans-Atlántico (Seix Barral), la novela que empieza en el Jardín Japonés que quedaba, precisamente en Retiro.

Cada parada se vuelve una marca en los veinticuatro años exiliado en Argentina. Y cada marca se hace visible en la experiencia de estar ahí. Gombrowicz espera escondido detrás de fachadas en apariencia anónimas, un supermercado, un bar. Como si ese experimento que fue su diario se materializara en una búsqueda del tesoro muy particular. Quiero decir, mientras miro el Teatro Gran Rex, en verdad lo veo sentado en la vieja Confitería Rex traduciendo con el grupo que había armado, con Piñera, incluso consultando la opinión de los mozos que lo atendían, su novela Ferdydurke, que se publicó en 1947. Resulta uno de los experimentos de traducción resueltos de la misma forma que se había escrito: con neologismos cruzando la cultura alta y la baja, la vida y el lenguaje.

En el trayecto Tomasi propone otro juego a bordo. El premio es un par de medias con la caricatura de Gombrowicz estilo Los Simpson. Una chica con babuchas y mochila pregunta a la que está sentada al lado qué pensaría el escritor de esas medias. El guía la escucha y repite la pregunta a todos. Los más entendidos, o eso parecen, responden cosas como “le divertiría”, “va con eso de la inmadurez que pregonaba”, “la cultura alta en unas medias, bien abajo”, dice un hombre de remera roja y barba. Algunos no están tan de acuerdo con la irreverencia, dicen algo en voz baja que no llego a escuchar entre las risas. Todos queremos las medias. Para ganarlas hay que adivinar o recordar qué traía el escritor en el bolsillo cuando llegó al país y desembarcó del trasatlántico Chrobry en 1939. Se me ocurre una pieza de ajedrez pero no llego a decirlo, una pelirroja con sombrero Panamá levanta la mano y arriesga: 200 dólares. Parece que gana o el guía le llega a decir eso pero no a darle las medias. Una segunda mujer con sombrero, esta vez una capelina azul, se queja. “Yo levanté la mano primero y nadie me vio”, dice varias veces, se mueve, se trata de parar. Al final se queda sentada. Se la ve enojada. Lo dice para que la escuchen hacia atrás y hacia adelante. Repite que no es justo. Los del fondo proponen dar una media a cada mujer. Ninguna de ellas parece incómoda, el guía sí, yo también. Suspende el concurso.

En la calle Venezuela nos acercamos a lo que dicen es la vivienda más representativa de Gombrowicz en Buenos Aires. Paran las voces, las risas y solamente se escucha adentro el ruido del motor. Miro la puerta de madera y la primera placa que rinde algún tipo de honor al escritor. Fue su casa desde 1945 hasta abril de 1963 cuando se fue a Berlín becado por la Fundación Ford. Lo curioso es que hasta hace poco tiempo todavía le llegaban citaciones para presentarse a votar. Tomasi levanta las medias y se las da a la pelirroja, “te las ganas vos porque lo digo yo y listo”, le dice. Nadie se queja, la otra mira por la ventanilla la pensión como si el polaco fuera a salir de un momento a otro.

A lo mejor la tarde clara ayuda, no sé, veo reflejos del escritor en el Teatro Colón o lo que fue el Teatro del Pueblo. Lo imagino siempre joven, serio y haciendo impertinencias. En el Querandí, por ejemplo, me enteró de una historia que contaba Ricardo Piglia. Parece que cuando llegaba Mastronardi, otro de los grandes poetas argentinos, saludaba con un ‘Buenas tardes, Gombrowicz’. y el polaco le contestaba ‘Calma, Mastronardi’ porque pensaba que sus ‘buenas tardes’ eran un exceso de sentimentalismo latinoamericano. Decía Piglia: “Después, nosotros usábamos ese ‘calma, Mastronardi’ como una especie de remedio para las pasiones desatadas de la Argentina”.

Lástima que de ese bar solo queda la barra original, de las pensiones donde estuvo, una placa, una puerta de chapa, un desconocido entrando a un zaguán. Sin embargo, no es importante. Quiero recordar todo, sé que estoy perdida y tampoco importa. Hay una aplicación en google play del tour completo para hacer por mi cuenta y en www.citytourliterario.com están todos los datos para mirar. Pero no es esa la razón. A medida que la tarde se desliza en la escritura de Gombrowicz, la ciudad cambia de textura. Si una escritura perfecta no tiene en cuenta que una mosca es capaz de distraer a un lector, como decía el polaco, sí parece tener la fuerza suficiente para arrastrarme por Buenos Aires hasta descubrir una ciudad sin límites entre la vida y la obra. Que vuelen las moscas nomás.