Polígrafo de oficio

Ayer, en la edición impresa del diario Perfil, se publicó una entrevista de Rubén H. Ríos a Eduardo Kovalivker para el suplemento Cultura, que sale los domingos. Por acá pueden leer lo que conversaron.

Eduardo Kovalivker es ingeniero químico, pero ha publicado desde 1984 numerosos libros de poesía y cuentos. Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés y al italiano, y ha recorrido varios países dando recitales de poesía y conferencias. Colaboró con la revista Proa y recibió varios premios. En 2009 fue nombrado Embajador de las Letras de la Sociedad Argentina de Escritores. También publicó tres novelas, la segunda de las cuales se ha reeditado por Hojas del Sur con el título de Bianca.

– ¿De qué trata «Bianca»?

– Tiene su origen en la novela El misterio de Santa Margherita, que publiqué en 2014 en Cuba. Sólo se publicó allí. En la Argentina no la quise publicar por algunos temas personales. Cuando Hojas del Sur publica mi tercera novela, Clavelina, el editor me propone corregir un poco El misterio de Santa Margherita como parte de una edición local de una trilogía de novelas eróticas. Ya se publicaron Clavelina Bianca, y la que viene dentro de una par de meses se llama Hannah.

– ¿Se parecen esos personajes femeninos?

– Son muy distintos, porque Clavelina es una joven prostituta por tradición familiar y Bianca es una condesa italiana. Estas novelas están narradas en primera persona, pero las tramas son también muy distintas. Bianca tiene algunos elementos fantásticos.

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– Además de escenas eróticas, claro.

– Por supuesto. Pero, en ese sentido, Hannah es peor que las anteriores. Se compone de dos historias. En una, en época de la dictadura, un anarquista argentino se relaciona con una chica que salva de la represión policial y convive con ella durante diez días muy eróticos, hasta que ella se une al ERP. En la otra, la más larga, este anarquista antes de la dictadura se va a Israel por trabajo y termina viviendo en comunas hippies, donde conoce a Hannah, una chica con problemas psiquiátricos. Los episodios eróticos son fuertes, porque Hannah cae en un delirio de sexo promiscuo.

– ¿Sería indiscreto preguntarte si en esas novelas hay elementos autobiográficos?

– Y sí, hay cosas. En la época de la dictadura, y antes, ya con Onganía, yo formaba parte de un grupo anarquista y hacíamos resistencia antes que la JP y los Montoneros. En Hannah hay una carrera de autos que fue real. El personaje femenino de esa novela se basa en una historia amorosa que tuve. En general, mezclo vivencias personales con ficción.

– Volviendo al tema de la poesía, ¿por qué te parece que la poesía no tiene un lugar relevante en la Argentina?

– Son responsables los poetas, y no solo en el país. Todo lo que se escribe ahora es hermético, no tiene rima ni tema. El poeta tiene que saber si el grupo humano al que se dirige lo entiende. Porque la poesía es transmisión de un pensamiento, de un sentimiento, de un mensaje. Mis poemas son mensajes amorosos o de protesta, pero siempre rimados.

– ¿El interés por la novela se debe a la necesidad de buscar otros canales de mensajes, aparte de la poesía?

– Puede ser, porque Clavelina es un mensaje tremendo sobre el sufrimiento de las prostitutas. Y en Hannah hay un mensaje clarísimo sobre la barbarie de la dictadura.

– ¿En Cuba existe un premio que lleva tu nombre?

– Sí. Como yo no tengo problemas económicos, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, adonde siempre voy, me propuso que hiciera un premio de estímulo para escritores de cuentos cortos menores de 35 años. Así fue que existe el premio literario Eduardo Kovalivker, dotado de 1.500 dólares. Una fortuna para un chico cubano.