«Quiero que la generación de mis hijos sepa que existimos»

Les dejamos la nota que Mónica López Ocón le hizo a María Rosa Lojo por la publicación de Todos éramos hijos, su última novela. Este libro se va a estar presentando el viernes 17 a las 19:00 en Gandhi (Malabia 1784), con entrada libre y gratuita. Habrá un debate entre la autora, Elsa Drucaroff, Marcelo Figueras, Federico Lorenz y Valentino Cappelloni, moderados por Sebastián Basualdo. Para saber más del evento hacé clic acá.

La nota de López Ocón apareción en Tiempo Argentino el 5/10/14 y dice más o menos así:

Este libro, más cerca de la memoria que de la Historia –advierte María Rosa Lojo antes del comienzo de su última novela Todos éramos hijos–, transcurre sobre todo en ciertos escenarios reconocibles cuyos nombres no se han cambiado: la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, los colegios Sagrado Corazón e Instituto Inmaculada, de Castelar. En los dos últimos se difundieron las conclusiones del Concilio Vaticano II, los Documentos de Medellín y los principios de la Teología de la Liberación. En los dos, también, hubo ex alumnos y enseñaron religiosos perseguidos y desaparecidos.» 
Despegada de todo cliché narrativo relativo a la turbulencia de los ’70, la novela logra la singularidad, entre otras cosas, al mostrar de qué forma la intimidad está teñida por la Historia y al recuperar la mirada sobre la realidad que se corresponde con la época en que se producían los sucesos más sangrientos de la Argentina, sin contaminarla con lo que hoy sabemos de ellos. 
Sin duda, Lojo es una maestra en el arte de cruzar la historia personal con la colectiva como ya lo había demostrado de manera palmaria en Árbol de familia.

–¿Cuánto hay de autobiográfía y cuánto de ficción en tu novela? 
–Pienso que el personaje de Frik, su despertar al mundo en la adolescencia, sus rebeldías y sus cuestionamientos son todas experiencias que yo pasé. Los poemas que están como epígrafes de las diferentes partes de la novela son auténticos, los escribí cuando tenía 16 o 17 años. También es cierto que yo pertenecía a un grupo mixto de los dos colegios que se mencionan en la novela y que representamos la obra de Arthur Miller Todos eran mis hijos, además de representar también La muerte de un viajante. Como ves, no nos íbamos con chiquitas (risas).
–Eran ambiciosos.
–Sí, era la inconsciencia de la edad. En aquel momento teníamos muy buenos profesores y eso era un apoyo para todas estas aventuras. Eso es lo que más responde a experiencias reales. Hay personajes próximos a las personas que conocí. Tal vez Lulú es el personaje más cercano a una compañera y amiga con la que conservo hasta hoy una gran amistad. En otros casos, como suele pasar en todas las novelas, hay una mezcla de rasgos y de caracteres de personas que terminan inspirando personajes de ficción. Pero las situaciones vividas, el clima de época, los discursos que circulaban, el cambio de la Iglesia y la efervescencia que eso provocó en mi colegio y en otros afines constituyen una experiencia generacional.
–Pero la novela también indaga en lo individual, en lo íntimo. 
–Sí, creo que ese es su aporte específico y lo que la novela puede dar como género, porque ensayo político e investigación sobre esa época hay mucho. Lo que no hay tanto es buceo en la dimensión existencial que puede dar la literatura desde la perspectiva de quienes éramos alumnos de colegios religiosos permeados por la Teología de la Liberación y de los cuestionamientos que ese cambio provocó en cada uno de manera muy distinta. Como habrás visto en la novela, no todos se vuelcan a la militancia, hay personalidades diferentes, hay seres más solitarios como la misma Frik o como Daniel, su amigo, otros que están más volcados a la acción social y buscan soluciones inmediatas. Pero ese cuestionamiento, esa situación de incertidumbre y, al mismo tiempo, de audacia, ese conflicto entre padres e hijos que causa sufrimiento a las dos partes son experiencias que, sobre todo, las puede elaborar la literatura, no el ensayo de investigación o el testimonio de tipo político. Son experiencias de la intimidad y no hay nada como la novela para aportar un saber sobre eso. 
–Además, hay registros de cómo  se vivía el despertar sexual, la virginidad y la homosexualidad. 
–Claro, eran los tabúes de la época. Hay un personaje que es homosexual y que no se anima a decírselo a nadie, lo que era un tremendo sufrimiento para él. Entonces estábamos muy lejos de la corrección política de hoy, del momento actual en que, afortunadamente, hay derechos igualitarios también para casarse.  
–La novela muestra que incluso aquellos que tenían posiciones políticas progresistas sentían cierto desprecio por el homosexual. 
–Así es. Frik va a vivir esta situación no sólo con su mejor amigo, Daniel, compañero del colegio secundario, que sólo se anima a salir del closet ante una situación extrema que casi le cuesta la vida, sino también con el profesor de la facultad que luego sería su director de tesis, al que rechazan por gorila, pero también por homosexual. Ambas cosas aparecían mezcladas. Esta es una marca de época como el tabú que pesaba sobre la virginidad femenina que debía ser respetada antes del matrimonio y, tratándose de un colegio religioso, más aún. Pero incluso los padres socialistas que no eran religiosos, como en mi caso, más o menos pensaban lo mismo. Me parece que eso estaba en el clima general de aquellos años lo mismo que la cuestión de las carreras profesionales de las mujeres. En la novela se describe a una clase media que ya piensa que las mujeres pueden tener una carrera profesional .
–Letras, por ejemplo, era considerada una carrera para mujeres.
–Claro, cuando yo decía que iba a estudiar Letras, me decían: «Bueno, para una mujer está bien porque vas a poder tener unas horas de clase y el resto del tiempo te dedicas a tu familia y tu casa.» Todavía había resistencia a la profesionalización seria y completa de las mujeres porque se suponía que el mundo profesional no era del todo un espacio para ellas. Hoy puede observarse el cambio que ha habido, las expectativas que hay sobre las hijas y la educación que se les brinda. No es que estemos en el Paraíso, pero la situación es más igualitaria. 
–Hoy, con el diario del lunes, sabemos cómo fue la dictadura. La novela muestra muy bien que si bien se la padecía, no se sabía hasta dónde llegaba el horror. 
–Creo que esa fue una experiencia atrozmente inédita en la Argentina que no se la imaginaban en toda su dimensión ni los militantes ni los que miraban las cosas más de afuera. Que en la Argentina hubiera campos de concentración donde miles de personas eran torturadas y asesinadas creo que lo pudimos ver con claridad y digerir bastante después. 
–Los argentinos que estaban en Europa tenían más información que los que estábamos acá. 
–Sí, aquí uno se enteraba por filtraciones. En mi caso, tuve dos compañeras de colegio desaparecidas y también desparecieron compañeros del colegio de enfrente que hacían teatro con nosotras, pero uno se enteraba por rumores. Nadie daba una respuesta con claridad sobre el destino que tenían. Creo también, y lo muestro en la novela, que los militantes de mi generación, tan jóvenes, no tenían una conciencia clara de los riesgos a los que se exponían. La Revolución se veía como algo que se podía hacer, que estaba al alcance de la mano sin medir las tremendas dificultades para llevar a cabo esa idea. Eso también formaba parte de la ingenuidad de mi generación. Por eso el personaje del padre de Frik, que es un poco mi papá, que atravesó la experiencia de perder una guerra atroz como fue la Guerra Civil Española, se da cuenta claramente de la distancia que hay entre la realidad y el deseo. Además, hay un diagnóstico apresurado o acomodado a sus propias ideas que los jóvenes hacen sobre la figura de Perón, que tenía sus claroscuros y ambigüedades. La época de Isabel fue nefasta, tanto que sin imaginar la atrocidad potenciada a la enésima que iba a venir después, mucha gente vivió como un alivio que cayera el gobierno de Isabel y que cayera López Rega, a tal punto había llegado a ser temido y odiado este ser tan extraño vinculado al mundo esotérico y a las ultraderechas, y que tanta sangre había hecho correr ya antes de que se produjera el golpe militar. 
–Si uno pudiera poner entre paréntesis lo terrorífica que fue la figura de López Rega, quizá descubriría su carácter literario.
–Totalmente, a tal punto que ha habido literatura muy interesante relacionada con él, como la de Tomás Eloy Martínez o Luisa Valenzuela. Es uno de esos personajes que perfectamente podrían haber sido inventados. Lo que pasa es que, como decía García Márquez, en nuestra Latinoamérica el realismo mágico es simplemente realismo. No hizo falta inventar un López Rega porque existió, lo produjimos.
–Todos éramos hijos significa una gran exposición para vos. ¿Te lo planteaste o no fuiste muy consciente de eso?
–Me lo planteé y por eso tardé tanto en escribirla. Tuve que llegar a la edad que tengo para hacerlo. No lo hubiera podido hacer antes porque recién ahora hay la suficiente distancia entre Frik y yo. Ese momento ya es pasado y por eso puedo recordarlo como tal. En cuanto a la exposición, creo que también responde a un espíritu de nuestro propio tiempo. Hoy es el auge de la autoficción y también de la exacerbación del yo en un nivel mucho más frívolo, por ejemplo, en las redes sociales. La novela no tiene que ver con eso y está lejos de ser una exposición de secretos personales inconfesables o de vida privada, pero sí de experiencias existenciales de una adolescente con una familia conflictiva. No tiene la intención de agotarse en la revelación de un yo, sino de apelar más bien a un sujeto colectivo para que muchas personas puedan leerse en ese yo que, desde ya, es construido porque nunca la literatura reconstruye las cosas tal como fueron. Desde el momento de la escritura las elaboramos, las pensamos, las imaginamos, las simbolizamos y las interpretamos. La novela también fue catártica porque desde la mediación simbólica uno puede hacer las paces con determinadas áreas de su vida, de su pasado. Es una invocación a los muertos, de ahí la parte final que es una obra teatral de diálogo con ellos, algo que para mí no es terrorífico sino necesario. Creo que hay que hacer las paces con nuestros padres y con las personas que quisimos porque eso es reparador. Yo necesitaba hacerlo en mi nombre y en el de muchos otros.
–¿Te decían Frik en la escuela?
–No, eso está inventado y tiene una carga simbólica porque Frik se siente realmente un bicho raro, un ser que no termina de encajar en el mundo. Eso tiene que ver un poco con la extranjería de sus padres, pero también con quién es ella, con su desajuste respecto del mundo, una experiencia que viven muchísimos adolescentes. Con un poco de sensibilidad creo que todos los seres humanos nos hemos sentido alguna vez profundamente desajustados con el mundo y al final terminamos adaptándonos para sobrevivir, lo cual no quiere decir que el desajuste desparezca ni que comprendamos el mundo. Para mí vivir sigue siendo un misterio. Por qué estoy acá, para qué, cómo hago para bancarme esta realidad que es tan paradójica, tan desigual, tan dura y tan injusta, porque en este momento en diversos lugares del planeta alguien la está pasando muy mal, alguien está viviendo el Infierno en la Tierra. Todo eso sigue siendo un misterio para mí. Mi generación trató de zanjar esa incomodidad, esa angustia, a través de una acción que mejorara el mundo. Muchos usaron los medios inadecuados, se apresuraron, no midieron las consecuencias, pero creo que lo hicieron para tratar de cambiar el mundo para bien. En mi caso, que no me incliné por la acción política y menos aún por la acción armada, lo que puedo hacer en ese camino lo hago a través de la vía de la imaginación, de la ficción, de la elaboración artística. Esto es lo que termina diciéndolo Frik al papá de su amigo Esteban cuando se encuentran en el estudio de este abogado que siente tan lejos a su hijo, que Esteban tomó la decisión de la militancia y que ella va a escribir libros aunque sólo sirvan para que los que los lean sepan que existimos y no nos olviden. Ese es uno de los sentidos de esta novela, que la generación de mis hijos sepa que existimos, que no seamos olvidados y que pasemos la posta. 
–No conozco novelas que hablen de la dictadura desde lo religioso. 
–Creo que eso es una originalidad de este libro. Yo notaba que había un vacío muy grande en este sentido, aunque buena parte de la militancia de esos años sale del lugar de la experiencia religiosa, de lo confesional renovado por el Concilio Vaticano II. Emerge una nueva vivencia del cristianismo. Esto está en las encíclicas papales. En el mismo sentido van los Documentos de Medellín que no dicen, desde ya, que los cristianos tienen que tomar las armas, pero sí que no pueden permanecer indiferentes ante la injusticia. Ese mensaje de compromiso era lo que resultaba peligroso y por eso también murieron los que se dedicaron a la acción social y nunca empuñaron armas. 
–La novela desmitifica la supuesta felicidad de los jóvenes. 
–Sí, para mí la juventud fue un momento de mucho sufrimiento. Es duro ser joven aunque los medios masivos nos muestren algo diferente. Por eso los jóvenes son los principales destinatarios de esta novela. La escribí pensando en ellos, en los de ayer y los de hoy porque la experiencia del desamor, del desamparo, de la inseguridad, también la viven los jóvenes de hoy. Nadie te da una coraza contra el dolor de vivir. «

 

Frik, una adolescente que se asoma al mundo

Frik no se imaginaba con hijos. ¿Es que era demasiado joven para desearlos? ¿O no querría hacerse responsable de traerlos a un mundo donde ella misma no sabía por qué ni para qué estaba? Un mundo roto, incompleto, interrumpido, inestable, con un diseño imposible de imaginar, cuyas piezas mayores y decisivas se habían extraviado fatalmente.

¿Por qué tenían las mujeres hijos? Seguramente no había una razón general, sino razones singulares e insustituibles, aunque ellas pretendiesen o la educación les hubiera hecho creer, que estaban programadas para ese fin por un instinto ineluctable, como el de las abejas reinas condenadas a producir miles de huevos, o el de los salmones que mueren en su ascenso para desovar, a contracorriente del río. 
¿Y si sus hijos no le gustaban? Probablemente los querría, eso sí. Es difícil no querer a personas hechas por  una misma a costa de ímprobos esfuerzos. O sobre todo, después de haberles dedicado años de trabajo tenaz y acaso muy poco productivo. Aunque pudiera horrorizarla pensar en la muerte de esas aún inexistentes criaturas, aunque quisiera evitarles todo tipo de pesares y sufrimientos, aun así, sus hijos o hijas ya adultos, crecidos a su modo y a pesar de sus pronósticos y expectativas, podrían tener hábitos y valores que le resultaran odiosos. 
O bien, quizás ocurriera a la inversa. Acaso sería Frik la que decepsionase a su hipotética descendencia. ¿Cómo, indefensa y torpe, lograría orientarlos y protegerlos? ¿Qué les contestaría cuando le exigiesen respuestas imposibles? ¿Cómo podrían respetar a una madre sumida en dudas y cavilaciones, incapaz de certezas, fracasada en todos los oficios normales de la vida?
Pero alguien poseía el secreto de la maternidad y de sus paradojas. La imagen enigmática estaba en una capilla minúscula del piso superior de colegio, que daba a la gran iglesia del piso bajo, a través de dos vitrales abiertos como ventanas. Era una imagen femenina con suaves tonos pastel: crema, celeste, rosa. Todos los colegios del Sacre Coeur, en cualquier rincón del planeta, poseían una reproducción de ese fresco a medias logrado y milagrosamente corregido por la misma Presencia que evocaba. Se decía que una novicia inspirada, pero poco ducha en la técnica del fresco, la había pintado en un claustro del convento de la Trinità dei Monti, en Roma, sobre Piazza Spagna. Los colores se le habían salido de madre, chillones y subidos. El cuadro fue cubierto con un lienzo –como la Verónica cuando enjugó la cara sangrante de Jesús– y quedó tapado, a la espera de la mano de cal que borrase las pinceladas estridentes. 
Cuando la pintura por fin volvió a la luz, se la vio, en cambio, tal como era ahora: una delicada belleza botticelliana o rafaelesca. A sus espaldas, un patio en damero se abría hacia un cielo con el color del plumaje de los flamencos. Nadie tuvo dudas: Ella en persona, como una artista exquisita, había transformado las ropas de rudos pigmentos, los contrastes bruscos, en una sutil, difuminada policromía.

(Fragmento de Todos éramos hijos de María Rosa Lojo, Sudamericana, 2014.)

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