«El deseo es un poderoso motor del mundo»

A propósito del estreno en España de El niño pez, Gregorio Belinchón entrevista a Lucía Puenzo, jurado del Premio La Bestia Equilátera de Novela, acerca de su narrativa como escritora y cineasta.

Por los pelos, la argentina Lucía Puenzo (Buenos Aires, 1973) ha aterrizado en Málaga para presentar su segundo filme, El niño pez, en el festival de cine español. Cosas de Iberia. Lo de la llegada tardía, por supuesto, no lo de su participación en el certamen, que se debe a que la película es una coproducción hispanoargentina. «No sé mucho del festival, la verdad. Pero cuando me hicieron la oferta acepté muy agradecida». Vista la Sección Oficial, tras su proyección se ha convertido en una de las favoritas. En un dos por uno, su presencia también sirve para promocionar el estreno de El niño pez hoy en España.

A Lucía, hija de Luis Puenzo, que logró para Argentina el primer Oscar con La historia oficial (1985), lo de hacer cine no le viene por enchufe, sino por un talento que le emana a raudales. Con XXY ganó en 2007 el Gran Premio de la Semana de la Crítica en Cannes. Aquel mundo turbio, lleno de sexo incipiente y adolescentes perdidos se repite en El niño pez, que se basa en su propia novela.

Pregunta. No abandona las relaciones entre padres e hijos, en su caso siempre difíciles.

Respuesta. Me interesan mucho, es innegable, ¿no? [risas]. Escribí la novela a los 23 años, y todavía estaban dentro de mí alguno de los coleteos juveniles.

P. ¿Y por qué le atraen los adolescentes?

R. Me gustan esos adolescentes que tienen las cosas claras, falsamente claras. Esos jóvenes que aún se están buscando pero que van de cara. Si pienso en el cine, está muy bien cómo los muestra Gus Van Sant, aunque en su caso son adolescentes sin padres, y yo no puedo olvidar a los progenitores.

En El niño pez, Puenzo describe la historia de amor entre una adolescente de clase social alta y su empleada doméstica, un par de años mayor. La trama arranca con un crimen, el del padre de la niña bien, y poco a poco el público recompone la relación sentimental y desentraña el crimen.

P. Le atraen las relaciones de autoridad: las paterno-filiales, entre diversas clases sociales…

R. Porque siempre dan juego. Sólo con las relaciones laborales pueden cruzarse estratos que viven de espaldas unos a otros.

P. En El niño pez, al fondo, hay un retrato descarnado, y terrible, de la realidad social argentina.

R. Desde que publiqué la novela han aumentado los crímenes en las clases altas. Antes echaban la culpa a los criados, ahora ya sabemos que también se asesinan entre ellos. Hay una necesidad de guardar las formas.

P. Los adultos de sus películas tampoco saben cómo superar sus confusiones.

R. La novela se desarrollaba de forma lineal en el tiempo: y en el guión, y más aún en el montaje, decidí quebrar la historia, descomponerla en múltiples fragmentos para que el espectador sufriera la misma confusión que los adultos de la historia.

P. ¿El deseo mueve el mundo? Al menos mueve sus películas.

R. Es un poderoso motor del mundo. Y no me quiero constreñir sólo al deseo sexual. Cualquier pulsión que implique deseo funciona en la pantalla.

P. ¿Le salen siempre así las historias: oscuras, turbias, oníricas, sexuales?

R. No, cada historia tiene su tono, aunque es cierto que vuelco mucho humor en mis libros que luego desaparece en mis películas. Mis amigos me lo dicen mucho, sí, eso de qué pasa en mi interior [risas]. Por ejemplo, El niño pez en libro estaba narrado desde el punto de vista del perro. Obviamente, al trasladarla a la pantalla, se perdió esa perspectiva y el posible humor que aportaba.

P. ¿De verdad puede reírse?

R. Que sí, que sí. Ahora estoy acabando un nuevo libro, La furia de la langosta, sobre prófugos millonarios. Pero, por ejemplo, entre mis proyectos fílmicos está la historia, trágica, de la pianista Arminda Canteros, un guión producido por Stephen King o una historia de niños karatecas con un look cómic. Y si eso no es muy diferente a lo que he hecho…