Hipótesis para una lectura posible de la realidad

A partir del ciclo Literatura y realidad, en la librería Eterna Cadencia, Silvina Friera escribe sobre la interpretación de cuatro escritores -Carlos Gamerro, Matías Serra Bradford, Miguel Vitagliano y Oliverio Coelho, jurado del Premio La Bestia Equilátera de Novela– acerca de las novelas y la narrativa actual.

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¿De qué hablan las novelas hoy? Que no cunda el pánico en la comunidad literaria argentina. No es la típica encuesta de opinión con respuestas cerradas, aunque la pregunta remita demasiado al modo en que las consultoras rastrean los temas que “preocupan” a la ciudadanía. Cuatro escritores se animaron a esbozar una “agenda” posible de la narrativa local: Carlos Gamerro, Matías Serra Bradford, Oliverio Coelho y Miguel Vitagliano. El resultado se podría resumir en un par de hipótesis, que fueron surgiendo en la entrevista con Página/12. En una primera aproximación se percibe en las novelas contemporáneas la pretensión de querer escribirlo todo. La consecuencia de esta ambición sería que funcionan como un campo de exploración antropológica de lo que está destinado a perderse, rescatando del olvido palabras que tengan algún tipo de vocación de permanencia. Aparece la necesidad de dejar que se defiendan solas en su tartamudeo, y también se menciona cómo el trabajo de Marcelo Cohen y Alan Pauls actualiza el género al volverlo necesario en el presente. Entre las obsesiones temáticas se encuentran la exploración de territorios considerados vírgenes, la lengua del Río de la Plata o la relación entre los escritores y los libros y cómo se procesan esas lecturas.

En la librería Eterna Cadencia (Honduras 5582), que junto con la editorial Norma organizaron el ciclo Literatura y realidad: ¿de qué hablan las novelas hoy, Vitagliano empezó con una distinción. “Las novelas que dicen están dirigidas a alguien que está esperando escuchar la confirmación de lo que él ya sabe; son como la comida de avión: en todos lados es igual. Pero a mí me interesan las novelas que hablan, que no tienen un destinatario fijo”, explica el autor de La educación de los sentidos. “Estas novelas que hablan tienen la pretensión de querer decirlo todo, y éste es el lugar de las novelas que reivindico en la literatura argentina contemporánea.”

Vitagliano recuerda una frase de un texto breve de Daniel Guebel: “Mi tema no es lo que escribo, es querer escribirlo todo”. Según el escritor, “la novela argentina contemporánea es un campo de exploración antropológica de lo que está destinado a perderse”. Serra Bradford plantea la distancia que existe entre hablar y escribir. “Cuanto más hablo, peor escribo. Siempre tuve la sensación de que si había cosas que las decía en vez de escribirlas, las iba a arruinar y ya no las podría escribir. Esta es una cuestión central, la de hablar y escribir, porque hay dos movimientos en un escritor. Puertas afuera, uno se pone en diálogo con la realidad y el mundo y vuelve a la cueva a escribir. Puertas adentro, uno desarrolla una conversación con la lectura.” El autor de Manos verdes admite que en general desconfía mucho de los escritores que hablan de su propia obra. “Me hace pensar en el arte contemporáneo, donde vos ves una instalación de cinco botellas de agua mineral vacía y tenés un catálogo de quince páginas en las que se trata de justificar lo injustificable, lo que no tiene explicación”, compara el escritor. “Hay que dejar que las novelas se defiendan solas. Me gustan los libros que tartamudean, que balbucean, y creo que el trabajo del escritor es escuchar qué libro quiere ser ese libro y no ir con demasiadas cosas que decirle al cuaderno o al teclado.”

Gamerro señala que escribir está vinculado con escuchar los murmullos constantes de los discursos del habla cotidiana que se emiten en la televisión y en los medios. “De repente hay un pequeño grupo de palabras o una frase que merece ser salvada del olvido. Una de las funciones de la novela es rescatar del olvido palabras que tengan algún tipo de vocación de permanencia. Las novelas hablan de lo que se puede escuchar y que vale la pena que no se pierda”, subraya el autor de Las islas. “¿Cuál es la necesidad de la novela hoy? ¿Cómo se justifica su existencia cuando el arte de la novela formalmente está acabado?”, se pregunta Coelho. “Quizás esta necesidad podría corresponderse con universos únicos que muchas veces están disociados de la realidad. Un universo único como el de Marcelo Cohen, que acaba de publicar una novela de más de 700 páginas (Donde yo no estaba), actualiza el género porque la novela aparece como la consecuencia de un universo, la vuelve necesaria en el presente. Lo mismo pasó con El pasado, de Alan Pauls, que de alguna manera actualizó el realismo en la Argentina.” Vitagliano aclara que como novelista se ubicaría dentro de una tendencia que plantea que si la novela está acabada hay que inventarla de nuevo. “Lo importante no es que sea necesaria, sino que nosotros podamos volverla necesaria, sabiendo que no es necesaria.”

Las preferencias de Gamerro se inclinan hacia aquellos tópicos que no hayan sido demasiado abordados. Cuando publicó Las islas, donde cuenta la guerra de Malvinas convirtiéndola en un videogame, el único antecedente era Los Pichiciegos, de Fogwill. “Me gusta esa sensación de desafío que implica meterte en territorios vírgenes –asume el escritor–. En la novela trato de explorar zonas en las que no sé dónde estoy parado, no sé lo que siento o tengo sensaciones muy ambivalentes.” Gamerro menciona otro ejemplo, El secreto y las voces, que tiene como telón de fondo la dictadura militar. “Me interesaba indagar acerca de la responsabilidad civil, qué rol tuvieron los ciudadanos comunes, si sabían o no sabían, avanzar sobre un terreno desconocido, no necesariamente para todos. Me motiva, me calienta que haya algo que descubrir. A través de los personajes, de crear situaciones que me llevan a moverme en ese terreno experimental, en ese pequeño modelo de mundo que es la novela, finalmente encuentro una pequeña verdad.”

Coelho cuenta que cuando arrancó con su trilogía futurista (Los invertebrables, Borneo y Promesas Naturales), la crisis argentina lo apartó de la realidad cotidiana. “La única manera de aludir esa realidad era metaforizando un drama. Esa realidad de la Argentina influyó en mi decisión de deslizarme de un género a otro: antes escribía realismo y lo abandoné. Quizá la variación del país, o de lo que me rodea, pueda incidir en el hecho de que encuentre atractivo narrar una realidad inmediata.” La obsesión de Vitagliano consiste en trabajar con la lengua del Río de la Plata. “Me encantaría pensar una novela mía que tuviera notas y notas y más notas para explicar giros rioplatenses. La lengua me define como aquello que no sé que está, pero está. Cuando se me escapa alguna palabra que no me suena argentina, difícilmente pueda trabajar con ella. Esto me importa mucho más que el tema.”

Serra Bradford lanza una de esas frases destinadas a ser citadas por sus pares. “La realidad ya está dada, no hace falta llevarla al cuadrado.” Al escritor no le importan los vínculos con la realidad. “Me interesa qué relación tienen los escritores con la literatura, qué leen y cómo lo procesan. Eso es lo decisivo, y gran parte de la salud de la que goza la literatura argentina se debe al fuerte trabajo crítico de muchos autores. Me impresiona ver cómo Barthes, que nunca escribió una novela, finalmente ‘encontró’ en Alan Pauls a un escritor que escribió una novela absolutamente barthesiana.”

“La novela está condicionada por el presente”, opina Coelho. Vitagliano apela a una anécdota para dar cuenta de lo que sucede durante la escritura de una novela. “Muchas veces me pasa que si tengo sed y estoy escribiendo, aparece la sed en lo que estoy escribiendo. Pero a veces cuando aparece la sed en el texto, ya no sé quién tuvo sed primero. Cuando me siento a trabajar, el presente aparece por importación o por exportación.” Gamerro aporta una cita de Kafka, “la literatura no es un espejo que refleja sino un reloj que adelanta”, para reflexionar acerca de los vínculos entre la novela y el contexto temporal del escritor. “Uno de los problemas de querer plasmar el presente es que inevitablemente para cuando la novela se publique se habrá reflejado el pasado. Quizá para encontrar el presente tengamos que buscar el futuro –sugiere–. Cuando empecé Las islas, en el ’92, puse cosas que no había entonces, como Internet o Puerto Madero construido, aunque ya estaban en el futuro inmediato. Pensé que para cuando la novela se publicara iban a quedar en el pasado, pero en ese momento estaban en el futuro.”

El autor de El secreto y las voces recuerda un momento del Quijote en el que se discute sobre si se debe decir vomitar o regoldar. “Se llega a la conclusión de que vomitar es la palabra. Y tenía razón; la lengua tomó una y olvidó la otra. Uno desearía tener esa capacidad de escuchar en las palabras del presente cuáles tienen la vitalidad para seguir vivas en el futuro, y cuáles ya tienen un aliento de muerte”, añade Gamerro. “Tengo la sensación de que la realidad y el presente hacen el trabajo por mí porque estoy en el presente y en la realidad”, sostiene Serra Bradford. “Gogol o Pushkin son como cuadros contemporáneos: vos entrás a esas habitaciones y están los originales colgados. Me interesa la conversación con esa gente, por lo menos escucharlos.”